Durante los años 70 existió en
Barcelona una tienda llamada La Sirena. Oficialmente se dedicaba la
venta de fajas y sujetadores, pero, a decir popular, detrás de su amplio
surtido
de lencería femenina y de la amable sonrisa de sus dependientas
se escondía un sórdido negocio de trata de blancas. Un negocio de
exportación que se abastecía raptando a las clientas más hermosas de la
tienda.
Todo sucedía en los probadores. Mientras la muchacha se
cambiaba de ropa, desde una habitación contigua era accionado un botón
que hacía girar sobre su eje al espejo, dejando libre la entrada a una
sala secreta en la cual era retenida. Aunque este extremo no está claro,
ya que algunos afirmaban que las victimas eran transportadas al sótano a
través de un montacargas oculto. De cualquier manera, no volvían a
salir a la calle por la puerta principal.
A veces la chica iba
acompañada por su novio, quien quedaba obligado por las normas decorosas
de la época a aguardar fuera de la tienda. El muchacho esperaba
entonces, tal vez durante horas, a que su novia saliese, y cuando
finalmente entraba en el local las dependientas le decían que ella ya se
había marchado hacía tiempo. Resulta fácil imaginar la sensación de
confusión e irrealidad que el joven sentiría en ese momento.
Por
su parte, las muchachas eran transportadas al puerto, suponemos que
camufladas dentro de algún tipo de embalaje, y descargadas en el
estómago de algún mugriento carguero que en poco tiempo zarpaba rumbo a
Oriente Medio. El destino final de las jóvenes, según se comentaba,
consistía en engrosar las filas del harem de algún jeque.
En la
Barcelona de los años 70, hombres y mujeres de bien transmitieron esta
historia como verídica, contándola con creciente indignación (y puede
que con cierta delectación morbosa) hasta que toda Cataluña fue un
clamor en contra de las corseteras de La Sirena. Llegó el momento en que
la policía intervino, y no halló absolutamente ninguna prueba que la
respaldara.
Antonio Ortí, que recoge esta historia en Leyendas
urbanas en España, encuentra su origen en una rivalidad comercial.
Simplemente, un competidor de la tienda envió a la prensa una nota
malintencionada en la cual lanzaba el rumor sobre los secuestros. Su
transmisión se avivó por el recelo que despertaban en aquella época las
corseteras, mujeres independientes y, por tanto, blanco fácil para el
descrédito. Poco antes habían sido las corseteras de Orleáns las
acusadas de similares delitos, después la leyenda se extendería,
poniendo bajo sospecha a probadores de medio mundo.